miércoles, 31 de agosto de 2011

Eso es un Delito, Sentenció el Médico…

**Marcela Abadía

Hay llamadas que quedan grabadas en la mente y que difícilmente pueden olvidarse. Esta es una de ellas:

Al otro lado de la línea escuché la voz exageradamente intranquila y alarmada de mi hermano, “acabamos de salir de la ecografía, nos dicen que el niño (para ese momento de aproximadamente cuatro meses de concebido) tiene hidrocefalia y además…”. En ese momento no entendí, o no quería entender nada. ¿Cómo era posible?, hace menos de un mes los médicos de la E.P.S. les habían dicho que todo venía “a la perfección”...   Entre rabia, desconsuelo y miedo mi hermano me explicaba que era una enfermedad congénita muy grave conocida como malformación de Chiari tipo II[1]. ¿Eso es muy grave?, ¿qué significa?, pregunté, presintiendo que lo que iba a escuchar me dolería inmensamente. “Sí. Eso significa que se nos acabó la vida. La hidrocefalia es lo de menos... mi dijo. Viene, literalmente, con la columna vertebral abierta…apenas nazca le tendrán que intervenir quirúrgicamente para cerrar la abertura, ponerle una válvula para drenar el agua del cerebro…no va a poder caminar, tiene las piernas encorvadas, no podrá nunca controlar esfínteres, tiene un retardo avanzado, viene con riñones y pulmones deteriorados, nunca nos va a reconocer…y lo peor es que no se si la E.P.S. cubrirá todos los tratamientos...”

Èl y su esposa me pidieron ayuda. Sabían que las posibilidades de que el niño viviera más de un año eran casi imposibles; también sabían que, por la especial condición con la que venía el embarazo, ella se podía practicar una interrupción, que  ya en ese primer contacto con los médicos les había sido negada: “la ciencia había avanzado mucho”..., les dijo el médico de turno. Habían escuchado hablar de la despenalización parcial del aborto y sabían que se podía presentar una tutela cuando éste les hubiera sido negado por los médicos.

Presentamos una nueva solicitud ante el comité médico de la institución de salud. Luego de unos días (¡el embarazo seguía avanzando¡), nos convocaron: Cinco de seis médicos, todos varones, sentenciaron la suerte de mi cuñada: “eso es un delito, acaba de salir una sentencia que explica qué casos pueden abortarse, este no es el caso... el niño es viable biológicamente, existen tratamientos médicos, sabemos lo difícil que va a ser. La remitiremos, señora, al psicólogo, él la va a ayudar mucho en este proceso...” Mientras nos explicaban con prodigioso detalle los alcances jurídicos del fallo de la Corte Constitucional, yo miraba al único médico que votó en contra de la negativa a practicar la interrupción del embarazo. Permaneció callado. No se atrevió a mirarnos. Creo que sabía lo que suponía no permitir el procedimiento abortivo…

Yo estaba emocionalmente devastada. Ante la mirada impotente de mi hermano y cuñada, sabía que el siguiente paso era el de asumir mi papel de abogada. Allí entendí la dificultad que supone para algunos abogados el “pelear por su propio caso”. Cada palabra en el escrito de tutela, cada descripción física de la enfermedad y sus posteriores consecuencias, cada argumento que escribía para fundamentar la necesidad de que se permitiera la interrupción, me dolían profundamente. Tenía un temor aterrador de que el juez no entendiera que este era un caso de vida indigna, de que denegara el aborto y que las esperanzas que mi cuñada había puesto en mis manos se resquebrajaran, como en efecto sucedió…

Me había contactado también con una ONG dedicada a representar y orientar judicialmente a mujeres en estos casos. En esa época también había una dependencia de la Procuraduría establecida específicamente para apoyar judicialmente las tutelas. Sabía que un litigio con un apoyo así, podría aumentar las posibilidades de que la petición fuera concedida. Pese a las buenas intenciones de algunas abogadas de esas entidades con las que hablé, ninguna acción en específico se materializó en el trámite de tutela... Que gran paradoja, pensaba, años de ejercicio profesional y mi apuesta académica por la despenalización del aborto y ahora me enfrentaba a un caso así, sin saber qué hacer…

El juez decidió, pero ya con argumentos médicos: los médicos dicen que no se puede interrumpir y como ello así ya fue establecido entonces legalmente tampoco se puede hacer”. Ese, en términos absolutamente compilados, fue el raciocinio del juez de instancia.

Para esos momentos mi cuñada ya casi iba a completar cinco meses de gestación. Habían acudido a toda clase de clínicas, hospitales y centros médicos a solicitar la interrupción del embarazo. Ninguno se atrevía a rebatir el diagnóstico inicial de la E.P.S. Mi cuñada no tuvo otra opción que empezar a usar ropa de maternidad, ya su abdomen estaba creciendo. Incluso hablé con un amigo periodista quien me contó que sabía de un médico que se había hecho famoso en Bogotá por practicar la eutanasia y que hacía esos procedimientos desde la clandestinidad…[2]

Una tarde llegue a explicarle a mi cuñada que iba a apelar la decisión. Casi que sintiendo pena conmigo y sin sostenerme la mirada me dijo que ya no hiciera nada más, “es mi bebe, ahora siento que quiero tenerlo, ya ha pasado tanto tiempo, mira la barriga está tan grande...”   Mi hermano, ya con la mirada derrotada, la abrazó. No tuvimos más que esperar al nacimiento.

Lo que siguió fue lo que fatalmente mi hermano me describió en esa dolorosa llamada telefónica. Operación tras operación, dolor tras dolor… Samuel, así lo bautizaron (claro, en la clínica), apenas pudo salir una semana del hospital, ni siquiera podía respirar por sí solo y siempre lo acompañó un tanque de oxígeno. El primer dolor fue cuando le pusieron la válvula; a los ocho días le operaron la columna (“nació literalmente partido por la mitad”, me dijo un día mi hermano); tuvieron que hacerle muchísimas transfusiones de sangre; al final le alimentaban con sondas; los últimos días ya ni la morfina calmaba su sufrimiento. Creo que el dolor de los papás era peor; mi cuñada sacaba fuerzas de no sé donde. Pero sus ojos no nos podían engañar, estaba muriendo también en vida.

Una noche, luego de tres meses de sufrimiento, mi hermano me llamó desde la clínica. Otra llamada que tampoco olvido. ¿Ahora me tocará poner otra tutela para que dejen morir tranquilo a Samuel?, me dijo, “él ya no aguanta otra trasfusión más, ya sus venas no soportan más, sus brazos están destrozados, no quiero que lo torturen más...”  Estuvimos toda esa noche en la clínica, el niño ya no aguantaba vivir más. Creo que era tan evidente el funesto estado clínico de Samuel que la misma médica, con lágrimas en sus ojos, nos dijo que iban a seguir la voluntad de los padres de no intervenir más al niño y que tan solo le seguirían aplicando morfina hasta que muriera. Por fortuna el discurso jurídico no aterrizó en el cuarto de la clínica…  La médica nos dijo que creía que no podrían pasar más de diez horas hasta que la muerte llegara. Pasaron dos días más de incontable dolor…

Afortunadamente murió... Creo que siento rabia al tener que pronunciar esta frase ¿Cómo puedo decir que quería que muriera mi sobrino? ¿Quién puede desear algo así? Creo que lo terminamos deseando aquellas ciudadanas, como mi cuñada, para las que un Estado y su justicia niegan la libre opción a la maternidad, pese a un adornado discurso de los derechos y de progresistas estrategias de litigio con las que a veces nos contentamos por su puro simbolismo sin reparar en los impactos distributivos que ello mismo pueda suponer.

Para terminar, qué no decir de la mas reciente iniciativa conservadora del proyecto de acto legislativo dirigido a “garantizar a todos los seres humanos igual protección del derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural”, apoyado por más de 5 millones de firmas articuladas desde la Plataforma Unidos por la Vida, en representación de la sociedad civil y de las ONG´s que apoyan la defensa de la vida. Que airada reacción. De nuevo una propuesta que se pretende consagrar constitucionalmente la inviolabilidad absoluta de la vida, dando marcha atrás a la despenalización parcial que la Corte Constitucional había avalado.

Me pregunto qué guardarían en lo más profundo de su ser aquellos enérgicos defensores de esta idea abstracta de un derecho inviolable a la vida (no escucharlos, pues ya conocemos casi de memoria el credo conservador que ardorosamente proclaman), quienes tuvieran que afrontar, ojalá nunca, un caso como este. Sospecho que por lo menos comenzarían a dudar del discurso de los derechos.

[1] Es una malformación del sistema nervioso central localizada en la fosa posterior o base del cerebro y que comúnmente se presenta asociada con hidrocefalia (acumulación de líquido en el encéfalo) y espina bífida o mielomeningocele (salida de meninges y médula espinal por una apertura anormal en la columna espinal) Aicardi J. Diseases of the Nervous System in Childhood. 2nd ed. Oxford: Mac Keith Press, 1998.  De acuerdo con J. López Pisón, es la principal causa de muerte de muerte en niños con mielomeningocele, habitualmente por disfunción respiratoria. J. López-Pisón, R. Cabrerizo de Diago, A. Ramírez Gómara, M. Cuadrado Martín, C. Boldova Aguar y J. Melendo Gimeno Malformación de Chiari tipo II con disfunción paroxística de tronco. ¿Qué se puede hacer?  Sección de Neuropediatría. Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos. Hospital Infantil Universitario Miguel Servet. Zaragoza. España. http://www.elsevier.es/sites/default/files/elsevier/pdf/37/37v58n04a13045247pdf001.pdf

 
[2] El siguiente es el relato de este médico, Gustavo Adolfo Quintana, que puede consultarse, entre otros, en http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-3745527: “Uno de los más fuertes fue el caso de un bebé de apenas 11 meses. Su madre lo consultó desesperada y él tuvo que tomar una de las decisiones más difíciles de su carrera: aplicarle o no la eutanasia al paciente más pequeño que ha tenido en su vida. "Ella vino a verme y me dijo que la única opción que le habían dado en un comité de ética médica era que aplicara la 'eutanasia pasiva'. Es decir, que dejara de alimentarlo hasta que muriera por inanición. Y todavía recuerdo lo que me dijo: 'doctor, ¿usted cree que yo puedo tolerar el llanto de mi hijo y dejarlo morir de hambre?'. Entonces recordé que debía meterme en los zapatos de mi paciente y pensar: ¿si yo fuera ese paciente pediría la eutanasia? Y la respuesta fue positiva”

lunes, 22 de agosto de 2011

Educación para la igualdad y medios de comunicación


*Valentina Montoya Robledo

El artículo de la psicóloga Angela María Rojas, “Salud, Género y Medios de Comunicación” gira en torno a la posibilidad que tienen los medios de comunicación para disminuir la brecha existente entre la salud de hombres y mujeres, a través de un cambio de concepción de los estereotipos alrededor de lo “femenino” y lo “masculino”. (http://www.gobilingual.us/folios/n23/N23-3.pdf) Para ella, la salud de hombres y mujeres se manifiesta de manera diferente, de acuerdo con el sexo y la identidad de género de cada uno. Así, por ejemplo, las mujeres tienen una expectativa de vida mayor aunque la percepción de su propio estado de salud es inferior a la de los hombres. Conductas asociadas con la maternidad, son únicamente predicables de ellas.

Los medios, da acuerdo con Rojas, tienen una doble labor. Por una parte, aportan en la construcción de la identidad de género, y por otro, reafirman las identidades existentes. Mientras que a los hombres se les muestra como líderes autosuficientes, a las mujeres se les define como víctimas. Más aún, los medios tienen una fuerte influencia en la forma como se representa la salud de hombres y mujeres. Por ejemplo, la idea de un cuerpo voluptuoso pero delgado se difunde respecto de las mujeres, apelando al ideal de “belleza” femenino; esto deriva en mayores desordenes alimentarios y baja autoestima.  A su vez, los hombres son presentados, de acuerdo con la identidad masculina, 1) como fuertes y musculosos, o 2) con leve sobrepeso. Esto lleva, frente a los primeros, a una mayor calidad de vida dado que se ven incentivados a practicar deporte de forma competitiva; frente a los segundos, a una mayor auto-aceptación de su cuerpo, pero también a posibles enfermedades asociadas con el sobrepeso.

La autora aclara que muchas veces los medios de comunicación, pueden impactar sobre la salud de hombres y mujeres; sin embargo, no tienen el propósito específico de mejorar su salud. Se plantea que por ejemplo, en el campo de la salud sexual y reproductiva, que, dada la influencia de la televisión, muchos/as adolescentes asumen comportamientos románticos y sexuales que pueden tener fuertes sesgos sexistas, sin que esta se haya preocupado por su impacto.  

Rojas hace énfasis en la potestad de los medios para reforzar identidades claramente discriminatorias y prejuicios contra las mujeres y los hombres, que sutilmente entran en el inconsciente de los receptores y definen muchos de los roles que asumen en su vida (Ver: Rebecca Cook, Simone Cusack. Estereotipos de Género). El debate aquí puede responder a la siguiente pregunta: ¿Cómo transformar el contenido de los medios sin entrar en la censura? Si bien estoy de acuerdo en que la comunicación masiva tiene la potestad de transformar ideas, la censura a los medios de comunicación para que emitan únicamente aquello que es deseable desde la perspectiva de género, puede implicar una restricción de la libertad de pensamiento y de prensa, ampliamente defendida en nuestra Constitución. Si nos ponemos a pensar en las preguntas de la autora respecto de cuáles son los valores que deben promoverse por estos medios de comunicación, llegamos a la conclusión en torno a que ese deber ser puede limitar a muchas personas que piensan diferente, o que incluso ven los medios de comunicación simplemente a través de las leyes del mercado.

Considero, al igual que la autora, que existen otras salidas. Puede hablarse de una regulación desde la sociedad, y una construcción de contenidos desde la misma. Pero más allá de eso debe apuntarse al cambio cultural en quienes crean contenidos. Los medios son la expresión de una sociedad. Concuerdo con la autora cuando dice que aquellos que crean contenidos sexistas, son profundamente sexistas. La opción más fuerte es “cambiarle el chip” a aquellos que crean los contenidos promovidos por los medios, para que incluyan la igualdad de género que se requiere dentro de una sociedad igualitaria y democrática. El raciocinio que se consolida a través de educación incluyente y anti-sexista, es el primer paso para abrir la mente de aquellos que siguen impulsando roles de género estereotipados de hombres y mujeres. Mientras quienes crean contenidos no entiendan que promover a las mujeres como objetos va en contra de su dignidad, que presentar a los hombres como insensibles, y que enfocarse únicamente en la belleza femenina repercute en el futuro y en la salud de millones de niñas y niños televidentes, no será posible consolidar una verdadera responsabilidad social que no sea impuesta coercitivamente sino que nazca de la racionalidad de aquellos que crean los contenidos de lo que se transmite a través de los medios de comunicación. La estrategia debe ser la educación por encima de la censura.

** Abogada (con honores), politóloga y estudiante de la Maestría en Derecho de la Universidad de los Andes. Profesora auxiliar del curso de Relaciones Familiares. Investigadora del CIJUS y del IDEGE.

miércoles, 10 de agosto de 2011


Herejía feminista


Maria Victoria Castro* y Valentina Montoya**
Hace algunos días la Decana de la Facultad de Derecho de la Universidad Pontificia Bolivariana, Maria Cristina Gómez, tuvo que renunciar a su cargo luego de que el rector de la institución, Monseñor Luis Fernando Rodríguez, le prohibiera la realización del evento “Los debates actuales en la justicia” en el cual se otorgaría un doctorado honoris causa al académico Robert Alexy. Lo anterior dado que el congreso contaría con las ponencias de reconocidos académicos colombianos como Isabel Cristina Jaramillo, Rodrigo Uprimny y Mauricio García con claras tendencias pro abortistas, y que –según al rector de la UPB- el mismo Alexy tiene dicha postura ideológica, en contra de los ideales de la institución. Esto pese a que el evento académico no tenía ninguna relación con la interrupción voluntaria del embarazo.
Para algunas personas la renuncia de la decana de Derecho de la UPB parece traída de los cabellos en una sociedad tan “progresista” como la colombiana, que se ha erigido como paradigma de la defensa de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres (ver Sentencias C-355 de 2006, T-440 de 1992, T-420 de 1992, T-890 de 2009, T-236 de 2004). Para otras es simplemente lo que ocurre en universidades católicas que se amparan en la enseñanza de valores religiosos y que actúan dentro del principio de la autonomía universitaria. Sin embargo, la renuncia de Maria Cristina Gómez no es un hecho aislado, sino el reflejo de lo que sucede en sociedades como las latinoamericanas, profundamente religiosas y tradicionales, en las cuales el pensamiento crítico e igualitario debe ser callado. El acoso laboral al que fue sometida la decana hace parte de un movimiento para aplastar a académicas y académicos progresistas en América Latina. La inquisición moderna se hace evidente (sobre esto recomendamos ver el texto de Rebecca Cook “Modern Day Inquisitions”).  
Aunque el debate es entre la libertad de cultos y la autonomía universitaria, la renuncia de la decana nos muestra en el trasfondo una renuncia casi impuesta, donde profesores de la universidad y el mismo rector inhiben el papel académico y administrativo de Gómez, llevándola a tomar su determinación. Estas actitudes pueden enmarcarse dentro del acoso laboral, que la Ley 1010 de 2006 define como
“…toda conducta persistente y demostrable, ejercida sobre un empleado, trabajador por parte de un empleador, un jefe o superior jerárquico inmediato o mediato, un compañero de trabajo o un subalterno, encaminada a infundir miedo, intimidación, terror y angustia, a causar perjuicio laboral, generar desmotivación en el trabajo, o inducir la renuncia del mismo”.
Monseñor y algunos profesores de la facultad aún piensan que están por encima de la ley, y que su culto puede imponerse sobre el de los demás a como dé lugar, bajo el amparo de la autonomía universitaria. No se dan cuenta que ésta no es absoluta y que con su práctica han llevado a una renuncia que en principio no se ha debido producir, menos aún en un medio académico y “democrático” como debería ser la universidad. Para las directivas de la UPB pueden haber varias repuestas: 1) la academia crítica debe ser borrada y los escenarios académicos controlados; 2) la lucha feminista por la interrupción voluntaria del embarazo es una manifestación de un grupo de mujeres “comunistas” y “asesinas de fetos” que debe ser condenada; 3) la Ley de Acoso Laboral es una más de aquellas que ellos pueden cumplir de forma discrecional.
En contraste, para Maria Cristina y los que la rodean, la situación lleva a varias conclusiones: 1) deben buscar otros espacios donde no sean constantemente acosados por sus tendencias ideológicas, la academia –al parecer- no es una opción, al menos no la UPB; 2) el masivo pronunciamiento de los medios de comunicación no impedirá la renuncia de la decana; y 3) este tipo de conductas acosadoras son una realidad en muchas de las instituciones del país, y través de ellas se limita a aquel que piensa diferente. En el fondo quedan varias inquietudes: ¿Cuál es el espacio de la academia en este tipo de debates? ¿Cuál es el papel de la justicia para reparar y propender por la no repetición del acoso laboral? ¿Qué hay de los derechos de las mujeres en espacios religiosos que se revitalizan día a día y en los cuales la diferencia entre Iglesia, Estado, y sociedad busca hacerse invisible?  

Para más información sobre el debate en la UPB recomendamos ver:
- Carta enviada por el Rector de la UPB a Maria Cristina Gómez ordenando la cancelación del evento académico: http://es.scribd.com/fullscreen/61545156?access_key=key-xg7ojyvhv1sldu91d7k
- Carta de respuesta de Maria Cristina Gómez renunciando a la decanatura: http://es.scribd.com/fullscreen/61545494?access_key=key-29gpud96acai25a506ts

* Maria Victoria Castro es abogada y profesora de cátedra del curso Juez e Interpretación Constitucional en la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes, actualmente está cursando el segundo año de su Doctorado en Derecho en la misma Universidad.
** Abogada (con honores), politóloga y estudiante de la Maestría en Derecho de la Universidad de los Andes. Profesora auxiliar del curso de Relaciones Familiares. Investigadora del CIJUS y del IDEGE.