miércoles, 30 de noviembre de 2011

Denominar ‘feminista’ a todas las causas de ‘justicia social’:¿Quién gana y quién pierde con esa movida?


Maria Victoria Castro**
En el pasado Coloquio del grupo de Derecho y Género, tuvimos la oportunidad de conversar con Chloe Rutter-Jensen sobre un fragmento del libro “Temblores: notas sobre sexo, cultura y sociedad”. El libro, que se encuentra en edición y pronto será publicado, tiene como objetivo principal llevar los debates, tensiones y procesos que emergen de las discusiones en las clases del curso  “sexo, cultura y sociedad” a la vida cotidiana, fuera del ámbito académico. Se trata de dar acceso básico a los temas del curso a las personas que no han participado del mismo.
Según el texto, el curso gira alrededor de las construcciones sociales de identidad individual y colectiva y tiene como propósito que los estudiantes se enfrenten a preguntas, textos y discusiones que les permita indagar sobre la construcción de sus identidades como individuos y como miembros de un colectivo. Se trata entonces, en los términos de Chloe, de desbaratar los sistemas epistemológicos tradicionales, las categorías que como la clase, el género, la sexualidad, el origen nacional, la ocupación, la edad, etc. estructuran las identidades en la vida cotidiana y se nos presentan como categorías esenciales o estables. La idea es deconstruirlas, desestabilizarlas, ponerlas a temblar.
Sobre la relevancia del curso, del libro y de la existencia de espacios como el coloquio para discutir y pensar a propósito de ellos, vale la pena recordar el estudio preliminar elaborado por Isabel Cristina Jaramillo al libro “Género y Teoría del Derecho”  de Robin West, en el sentido en que hay quienes consideran que las mujeres ya alcanzamos en la realidad social aquello a lo que podíamos aspirar: igualdad, libertad, dignidad, etc., que tenemos acceso a todos los tipos de trabajo, a las universidades, al voto, que existen normas que castigan los delitos sexuales, protección contra la violencia intrafamiliar, etc.  (Jaramillo, 2000: 36)
Precisamente porque hay  quienes creen que el compromiso político del feminismo ya perdió su razón de ser en la realidad y que las razones de las diferencias actuales son de preferencia personal, es decir, que nosotras preferimos educar a nuestros hijos, elegimos no estudiar y no ascender al dedicar más tiempo a nuestras familias, decidimos ser madres solteras y preferimos mantener una relación sentimental con una pareja que nos pega, es que es necesario y urgente desbaratar los sistemas epistemológicos tradicionales, las categorías que estructuran las identidades y que se nos presentan como esenciales o estables, y es precisamente por ello que hay que ponerlas a temblar.

De forma que es en el contexto de esos argumentos, de esas posturas que no reconocen en la realidad las diferencias distributivas, que no reconocen que más allá de las preferencias nuestra realidad es adversa gracias a esas categorías que estructuran la vida cotidiana y se nos presentan como naturales y estables, es que creo que es tremendamente valioso el doble esfuerzo que hace Chloe en su materia: en primer lugar el esfuerzo de impartir el curso con el objetivo claro de desbaratar los sistemas epistemológicos, pero sobre todo de abrir espacios de reflexión entre los estudiantes a propósito de dichos sistemas y, en segundo lugar,  el esfuerzo de recoger en el libro la experiencia y los debates.
Sin embargo, y esto fue materia de nuestra discusión en el coloquio, quisiera preguntar en este espacio cuál debe ser la forma de hacerlo. Lo anterior porque Chloe propone en su texto que la forma de hacerlo es a través de lo que ha denominado una pedagogía feminista, y es respecto del alcance de significado de la pedagogía feminista y del mismo campo de significado del feminismo en el texto de Chloe, que me pregunto quién gana y quién pierde con esos modos de representación, con esos sentidos de lo feminista.
Sobre la pedagogía feminista me pregunto qué hace que esa pedagogía sea feminista; es decir, el método descrito para la enseñanza/aprendizaje es uno claramente constructivista, que ofrece a los estudiantes espacios para la reflexión, que promueve el pensamiento crítico, que fomenta la discusión y la construcción colectiva del conocimiento. El método descrito parte de la base de hacer un esfuerzo (que debemos admitir siempre será incompleto porque quien evalúa es la profesora) por horizontalizar la relación y desbaratar lo más posible las relaciones de poder en el aula. ¿Qué hace que sea feminista? ¿Por qué vale la pena relacionar esos métodos de enseñanza/aprendizaje con el feminismo?
Lo segundo es la descripción sobre lo que ser feminista significa para Chloe, en el texto se define ser feminista como “comulgar con una ideología que busca justicia social”. Como ejemplos de lo que ser feminista implica en la vida cotidiana Chloe escribe que un feminista cree que las mujeres debemos ganar lo mismo que los hombres por el mismo trabajo, que las mujeres debemos ser autónomas en nuestras decisiones sobre nuestras vidas, que en últimas merecemos equidad en la vida cotidiana. De esa forma para Chloe feminista es una persona que practica actos y discursos que intentan acercarse a una justicia social. La amplitud del contenido asignado a la categoría feminista me genera preguntas:
¿Significa eso que todas las personas que pretenden acercarse a la justicia social son feministas independientemente de las causas de la injusticia que pretenden combatir? ¿Cómo, en esa definición, debe entenderse el término “justicia social”?
Luego de la conversación durante el Coloquio, diría que inicialmente la respuesta de Chloe a estas preguntas sería “¿y por qué no?”, de repente incluso afirmaría que la negativa de relacionar cualquier causa de justicia social con la etiqueta del feminismo responde a una repulsión o incomodidad con lo femenino. Quiero ser, sin embargo, muy clara: yo soy feminista y no tengo ninguna repulsión o incomodidad con lo femenino, sin embargo creo que pensar y debatir frente a las ventajas y desventajas en términos distributivos de utilizar campos de significado más o menos amplios es relevante y vale la pena.
En ese sentido, creo que vale la pena interrogar la exigencia moral que se predica para con el feminismo; interrogar la voluntad de hacer que teóricamente las causas que promueven y practican justicia social deban denominarse feminismo, así como las pedagogías que promueven la reflexión de los estudiantes sobre estos temas.
Me pregunto cuáles son los costos y beneficios de ese campo de significado tan amplio, y si al final el efecto en términos distributivos no es contrario. Es decir, ¿será que hacer que el feminismo opere como una sombrilla de justicia social que trabaja en favor de todos y cubre todas las causas no es igual que ocultar los problemas de distribución en la medida en que no admite que hay sectores, grupos, sujetos, etc. particularmente afectados?

** Abogada de la Universidad de los Andes. Actualmente profesora del curso Juez e Interpretación Constitucional en la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes, miembro de IDEGE y estudiante del Doctorado en Derecho de la misma Universidad.

viernes, 28 de octubre de 2011

Historia y Derecho en el retorno de colombianos desde EE.UU.


Juan Sebastián Jaime Pardo
En el pasado Coloquio de Género, Suzy Bermúdez Quintana puso sobre la mesa su trabajo, aún sin publicar, titulado Retorno de colombianos y colombianas desde Estados Unidos hacia Bogotá, 1965 – 1970. Aunque el título no lo anuncia, el texto tiene una “perspectiva de género, global y transnacional”.
Tuvimos la oportunidad de debatir con ella diversos puntos del texto, como lo son la influencia de la iglesia católica, de los movimientos estudiantiles en las migraciones y en el texto, la importancia del turismo en el tema de las migraciones, las migraciones internas a la ciudad como primer paso para las migraciones internacionales, entre otros. Bermúdez en su texto nos lleva de la mano en diferentes aspectos de las migraciones y los retornos. Sería interesante discutirlos todos, pero por cuestiones de espacio me limitaré a resaltar el punto que más me interesa: la convergencia del derecho y la historia en identificar los factores estructurales que determinan estos retornos.
Para la discusión resultó muy importante la definición de varios conceptos. Por ejemplo, Bermúdez trae a colación las definiciones de retorno que hace la Organización Internacional para las Migraciones. En el texto se exponen siete definiciones de retorno: retorno virtual, físico, permanente, temporal, voluntario (espontáneo o asistido), forzado, migración de retorno, etc.
Es en este punto en el que el debate se pone más interesante, pues tanto para una historiadora como para un abogado las definiciones resultan problemáticas. Para demostrar lo difusas que pueden ser estas categorías, Bermúdez llama a discusión a Shri Taran (2010), para quien el retorno puede ser fácilmente voluntario e involuntario a la vez; ella lo llama retorno ambivalente. Los retornos en general, para Shri Taran, están determinados por diversos motivos estructurales, entre ellos el trabajo, el papel del Estado, los diferentes tipos de discriminación, los roles de género, etc.
Es aquí donde Bermúdez abre una gran puerta al derecho y a la teoría del poder de Catharine A. Mackinnon[1]. Por medio de la crítica feminista radical se expone la idea de que el derecho es un reflejo de la cultura patriarcal. Por este motivo, el derecho busca controlar la sexualidad de la mujer, convirtiéndola en un objeto[2]. En este sentido, ambas autoras estarían de acuerdo en que las normas reflejan la estructura social, que en algunos casos impulsan y en otros casos retienen a las mujeres en el retorno.
Un ejemplo de lo anterior puede ser el de las bailarinas exóticas en Canadá. Gloria Patricia Díaz hace un análisis de este caso, donde sostiene que en realidad no es la ilegalidad o no de la inmigración lo que define la mayor vulnerabilidad de las bailarinas exóticas, sino es su estado de temporalidad.[3] A pesar de que “la HRDC [Human Resources and Skills Development Canada] ha declarado públicamente que existe una escasez temporal de la mano de obra canadiense que se desempeñe como bailarinas exóticas” y de los numerosos programas que han existido en este sentido, la CIC (Citizenship and Immigration Canada) no ha incluido esta profesión “dentro de las deseables para inmigrar en condición de residentes permanentes”[4]. En este caso, la estructura nuevamente refleja la cultura patriarcal, impulsando a las mujeres a ser trabajadoras temporales y disparando su vulnerabilidad.[5]
Las mujeres tienen que soportar cargas más onerosas para vivir en sus destinos y en muchos casos sus retornos son más traumáticos, pues deben sortear mayores obstáculos legales y culturales. Sin embargo, pueden migrar y retornar fácilmente cuando son “hijas de”, “esposas de” o “hermanas de”.[6] Así se evidencia en los numerosos recortes de prensa que presenta Bermúdez. Es decir, cuando son dominadas pueden librarse de gran parte de las cargas impuestas como migrantes mujeres, se invisibilizan tras la autoridad de su dominador.
Dentro del debate que tuvimos ese día estuvimos de acuerdo en que aún hoy, más de 40 años después de la situación bajo análisis, persisten las situaciones que describe Bermúdez en su texto. También estuvimos de acuerdo, al menos la mayoría, en que los factores estructurales muchas veces encarnados en políticas públicas y normas locales (y su caracterización) han sido los encargados de estabilizar las variables de migración y retorno para las mujeres.



[1] Ver: Catharine Mackinnon, “Hacia una teoría feminista del Estado” EN Mauricio García Villegas , Isabel Cristina Jaramillo y Esteban Restrepo, Crítica Jurídica; Ediciones Uniandes, 2006. y Catharine Mackinnon, “Feminismo, Marxismo, Método y Estado: Hacia una teoría del derecho feminista”, EN Íbid.
[2] O más precisamente en encarnaciones ambulantes de las necesidades proyectadas de los hombres”. Feminismo, Marxismo, Método y Estado: Una agenda… Op. Cit. P. 181.
[3] Gloria Patricia Díaz, “Bailarinas Exóticas, Striptease e Inmigración en Canadá” EN Colombia Internacional, Departamento de Ciencia Política - Uniandes, 2004, número 59.
[4] Íbid. Pp. 144-145.
[5] Aunque Mackinnon a lo mejor iría más allá en cuanto a la profesión misma.
[6] “El doctor Luis Fernando Ospina y su señora Mercedes Lozano de Ospina residentes en Detroit, están participando a sus amistades de Bogotá al nacimiento de su hijo, en el Saint John Hospital. La señora de Lozano viajará a esta ciudad en donde pasará una temporada con sus hijos en su interés por visitar a sus familiares”
"Doña Maria Montaña de Rueda Vargas es esperada en Bogotá en los últimos días de la semana. Con ella llegan su hija Consuelo Rueda de Vollmer, quien siguió un curso de Voluntariado en Boston, y el doctor Guillermo Rueda Montaña y su señora Sonia Escallón de Rueda, quienes después de una temporada en Europa viajaron a Boston para reunirse con la familia (..)"
"Guadalupe de la Concha, hija de don Enrique de la Concha y de doña Emilia Álvarez de la Concha, pasó una temporada en los Estados Unidos; en Nueva York estuvo hospedada en casa del doctor Germán Zea (..)"
"En Miami pasaron la temporada de Semana Santa don Guillermo Pignalosa y su señora Elvia de Pignalosa" El Espectador, Viajeros, Martes, 20 de Abril de 1965

lunes, 10 de octubre de 2011

Mujeres del siglo XIX necesidades actuales.

Alejandro Cáceres Monroy

Carolina Alzate, en su texto “Otra amada y otro paisaje para nuestro siglo XIX: Soledad Acosta de Samper y Eugenio Díaz Castro frente a María” introduce de qué manera una literatura del siglo XIX permite formas alternativas de ver la figura femenina, el paisaje y la población. Para Alzate, esta literatura que apareció en la misma época y que narra historias que suceden en los primeros años de la década de 1850, se diputa lectores, y así ideas en torno a la construcción de nación, ciudadanía y Estado en Colombia respecto del romanticismo canónico imperante en la época.
La lectura de la novela del romanticismo del siglo XIX, presenta unos ideales y enfatiza unas características de los hombres, las mujeres, el paisaje y el proyecto nacional. Una de esas novelas, que según la lectura promovida en la época[1], mejor representaba esas características es María de Jorge Isaacs, en ésta encontramos al protagonista hombre, narrador inteligente, letrado, comprometido con el proyecto nacional, dócil y obediente a los deseos paternos una representación del futuro heredado, un ciudadano ideal. Por otro lado, María, bella doncella, sensible, católica, hacendosa, humilde, lectora de lo que su amado le propone. También está el paisaje que expone la María, un pueblo amado, necesitado de un hombre que lo gobierne. Ésta será pues la versión sentimentalizada y emotiva del Estado y de la patria. De esta manera dos infantiles, necesitados y dispuestos al patriarca, permiten que tanto la amada como el pueblo, también amado, existan, pero existan en tanto amados por él, por el hombre, por el ciudadano.  
De esta forma Alzate, al exponer María nos pone de presente la lectura que fue difundida y aplaudida respecto al proyecto nacional. Sin embargo, también introduce dos obras, estas dos obras plantean una relación distinta con el sujeto femenino y con el paisaje. Así, por un lado está Una holandesa en América de Soledad Acosta de Samper. En esta obra las mujeres tienen unas relaciones distintas, que más vinculadas al amor, lo están a la lectura. Su protagonista es romántica pero no muere de amor, se decepciona pero sigue adelante. Se sabe capaz. De igual forma, el otro personaje de la novela, amiga de la protagonista, cree en la patria y en el proyecto colectivo, tiene voz pública. El paisaje rompe las dicotomías de la naturaleza/cultura y civilización/barbarie ampliamente difundidas en las descripciones de América. En esta obra se presenta una subjetividad femenina fuerte, una mujer capaz de moverse en el mundo. Con capacidades administradoras, de su tiempo y de su vida.        
Por otro lado, Manuela de Eugenio Díaz Castro identifica a una población subalterna de iletrados y mujeres. Las relaciones de esa población iletrada son visibilizadas constantemente con la interacción entre el protagonista y Manuela, quienes no tienen una relación típica y legitima en la época (de opresión sexual del hombre letrado hacia la mestiza iletrada), sino que comparten conversaciones amigables con contenido político. En esta obra, la mujer aparece autónoma, con dudas y opiniones que pone en constante discusión y se cree capaz de denunciar la infantilización y la relación de dominación a partir de cuerpos del deseo, a los que los señores las someten.
Estas dos obras aparecen como una ruptura en la forma tradicional de narrar la novela, y también de contar la historia. Sus protagonistas, sus problemas y su manera de solucionarlos no acuden a las tácticas de María. Estos dos autores repensaron a sus protagonistas y a sus historias, para permitir a unas lectoras y lectores la desarticulación con la identificación y aceptación fija y acrítica de identidades féminas y masculinas.
La propuesta de los dos últimos pretende desarticular el sistema de opresión del que son víctimas las mujeres (y lo(s) negro(s), los LGBT, los indígenas, etc.) pues ese proceso identitario de la literatura no es exclusivo de las mujeres, es también una herramienta para los hombres. Estos hombres que sí son letrados, autónomos y capaces. Construyeron (y lo siguen haciendo) su masculinidad y sus valores a partir de lo ‘no mujer’. Los hombres, tal como apunta Angela Harris[2], han construido su masculinidad a expensas de las mujeres, bien sea excluyéndolas, hiriéndolas, denigrándolas, explotándolas, o abusando de ellas y necesitan defenderse a toda costa de ser contaminados con feminidad, pues esto se convierte en un peligro para su identidad masculina que se encuentra en constante afrenta, pues lo público ya no les pertenece de manera absoluta. Lo anterior puede rastrearse a través de la negativa de muchos hombres casados a ser asociados con labores domésticas o de cuidado[3].
De igual forma, es interesante ver cómo muchas de las caracterizaciones e ideales femeninos actuales parecen pertenecer al siglo XIX. Específicamente, el proyecto nacional actual, sigue enfatizando la belleza de las mujeres y lo hacendosas y amables que son. Así por ejemplo, la estrategia de promoción de Colombia como destino turístico[4], parece hacer un llamado nostálgico al romanticismo del siglo XIX. Por esta razón, la propuesta de ver de una manera alternativa la subjetividad de las mujeres, es actual. No sólo para irrumpir las miradas tradicionales, sino para repensar la forma en la que se reconoce y se celebra su autonomía y más específicamente para ver la manera en que sus denuncias son oídas, tramitadas  y respondidas por la sociedad y el derecho, que parecen no ser muy distintas a las de las mujeres de Manuela o la holandesa, pero que se siguen pensando solucionar según los ideales de María.


[1] La autora da cuenta de cómo esta no es la única lectura que se le puede hacer a la novela romántica, y de hecho presenta una nueva forma de leer María, que se distancia por lo menos del proyecto nacional que tanto la uso.
[2] Harris, Angela P. Gender, violence, race and criminal justice. Stanford Law Review. Vol. 52, No. 4 (Apr., 2000), pp. 777-807 
[3] Ver William, Joan. (2000) Unbending gender: why family and work conflict and what to do about it. Oxford University Press.  


Estudiante de Derecho y Ciencia Política de la Universidad de los Andes. Coordinador del Equipo de trabajo en la Relatoría sobre Violencia Intrafamiliar. Miembro del Grupo de Derecho de Interés Público (G-DIP), el Programa de Acción por la Igualdad y la Inclusión Social (PAIIS) y el Grupo de Investigación en Derecho y Género (IDEGE)