*Marcela Abadía
Luego de leer en algunas revistas los comentarios online efectuados por ciudadanos sobre la “Marcha de las putas”, me volví a preguntar por qué hoy en día es tan difícil ser feminista.
Y esta pregunta me surge cada vez que veo el preocupante y aterrador nivel de hostilidad de muchos comentaristas de los columnistas cuando olfatean algo que les relacione cualquier acto que condene la violencia contra las mujeres con esa caja negra, tan amenazadora pero desconocida, que rotulan intuitivamente como feminismo. El ataque casi siempre va acompañado de frases sobre mujeres amargadas, sin hijos y lesbianas, dando a todo ello un infundado matiz negativo. Me asusta lo virulento y encarnizado de esos comentarios, los cuales, si se echa un vistazo a los que acompañan otras columnas de opinión, resultan increíblemente más rencorosos que cuando se discuten temas tan macabros como el paramilitarismo o la corrupción. Basta observar la cantidad de insultos de los que es continuamente objeto Florence Thomas…
También me preocupa que el sentimiento que genera para algunos esa caja negra del feminismo sea reforzado equívocamente por algunos columnistas. Con esto no quiero apelar contra la diferencia de pensamiento y el derecho a la libre expresión. Mi pregunta por la dificultad de sostener ideas feministas apunta a que reconocerse feminista puede ser entendido ambiguamente desde afuera. Esto refuerza estereotipos sobre lo que es feminismo y quienes hacen parte de él.
Cuando se afirma que los abortos no son muchos, que no son tan dramáticos, o que “la doctrina feminista” ha contribuido a hacer a las feministas poco empáticas con las causas e ideas ajenas, se está reafirmando una idea errada del significado de toda una historia de lucha de mujeres contra la discriminación por género. La libertad de expresión tiene su límite en un deber ético de presentar opiniones basadas en conceptos claros sobre lo que se quiere refutar. Este deber aumenta si quienes asumen la vocería buscan representar ideas, también intuitivamente, antifeministas.
En una columna publicada en la Silla Vacía se afirmaba que la sentencia T-629 de 2010, por la que la Corte Constitucional reconoció la existencia de contrato laboral a una prostituta en estado de embarazo, ponía en aprieto al feminismo pues éste, según el columnista, se opone a reconocer a éstas derechos laborales.
Es cierto que un sector del feminismo considera que cualquier clase de prostitución, sea o no consentida, es producto de la dominación masculina. Sin embargo, también es cierto que otro amplio sector del feminismo pretende que a las prostitutas se les ampare su actividad con las mismas garantías del derecho laboral. Sin embargo, tanto los unos como los otros tienen clara la condición de las prostitutas y de otros factores que agravan su situación de discriminación: ser madres y pobres.
No voy a profundizar sobre estas discusiones al interior del feminismo. Lo que quiero resaltar es que las diferentes tendencias, que en muchas ocasiones resultan enfrentadas como ocurre en cualquier campo de conocimiento, sí buscan representar a las putas, a las prostitutas o a quien quiera que se encuentre en condición de discriminación.
Esta legitimidad en la representación de grupos discriminados sobrepasa el límite de esta columna. Con todo, lo que no se puede afirmar, o al menos no falazmente, es que ni la “Marcha de las Putas”, ni la sentencia de tutela arriba mencionada, ni la gran cantidad de madres que ejercen la prostitución, no a su antojo sino por cuanto sus posibilidades no les permiten elegir, sean situaciones desconocidas para el feminismo. Con todas las críticas que se le puedan hacer, el feminismo ha buscado dar voz a quienes antes ni siquiera eran consideradas sujetos por el Estado. Cada guerra ganada en los tribunales o en la calle es una victoria para todas las mujeres y para todos los hombres, sean etiquetados o no de feministas.
Siendo ello así, si el feminismo, bien o mal, representa a las putas. ¿Quién, en cambio, representa a las feministas?
*Estudiante del Doctorado en Derecho de la Universidad de los Andes